Poemas selectos
La rosa
Poema de verso corto y juguetón, de estrofa muy irregular que, junto al “El céfiro y la rosa”, rinde homenaje a la poesía de José Selgas. Moreira-Vidal ha señalado que la forma gráfica de este poema representa la forma de la rosa, al estilo gráfico de los poetas simbolistas como Stéphane Mallarmé.
Una rosa
deliciosa,
la mejor del jardín en que vivía,
en su lengua misteriosa,
me decía:
Oh Poeta,
soy coqueta:
tal ha sido el influjo de mi estrella:
Venus fue también coqueta
cuanto bella.
¿No es agravio
que tu labio
me niegue una lisonja y que yo sea,
a tus ínfulas de sabio,
tonta y fea?
¿No ha cantado,
inspirado,
más de un bardo, el poder de mis hechizos?
¿No he brillado,
oh Poeta enamorado,
en los rizos
de quien tiene tu pecho cautivado?
Esta vez, yo la interrumpo,
y prorrumpo
en elogios verdaderos
y sinceros,
pues me ha herido en una fibra
donde vibra
todo el bien, todo el deseo
que poseo.
Dulce emblema de inocencia,
cuya esencia
baña el alma que se hastía,
de poesía;
rica urna bizantina
que ilumina
la mirada encantadora
de la aurora,
cuyas galas, cinceladas
por las hadas,
son el bien de la hechicera
primavera,
tú eres reina, tú eres diosa,
dulce rosa,
con tus hojas de corales
virginales.
¡Oh! ¡La rosa que embalsama!
Venus ama
tu perfume, tu nobleza,
tu belleza.
Yo también, también te quiero,
pebetero,
que derramas en la brisa
tu sonrisa;
pero he visto, en tus hojuelas
coquetuelas,
unas lágrimas brillantes,
palpitantes,
que por ti me han inquietado.
Si has llorado,
cuenta, dime por tu vida,
¿quién te olvida?
Pero no, yo desvarío:
son rocío:
son las perlas sin reproche
de la noche,
de la noche silenciosa,
voluptuosa,
que en tu frente deja impresos
frescos besos.
Son los besos sin reproche
de la noche,
que respeta, en tu belleza,
la pureza.
Y si yo, rosa hechicera,
Silfo fuera,
te estuviera siempre amando...
y besando.
Pues tu seno
sin veneno,
del amor verdadero es el emblema.
Y, en tus pétalos galanos,
ha escrito Dios un poema
donde prueba,
como cosa dulce y nueva,
que pudor y belleza son hermanos.
Algunos de mis poemas favoritos de la obra de Domínguez
Soneto XVIII
Vemos aquí otra instancia donde la poesía de Domínguez se acerca a la crónica. En este caso la anécdota que relata bien puede provenir de su carrera médica. Domínguez se opone a los medios anticuados y pocos científicos practicados por la vieja guardia de la provincia y tuvo continuos encontronazos con ella. En este soneto Domínguez plantea una crítica a sus colegas
En el fondo sombrío de la alcoba,
debajo de flamante colgadura,
el enfermo con fuerte calentura
se consume, en su cama de caoba.
Un galeno con calva y con joroba,
del sabio claustro la mejor figura,
le aplica los oídos, le tritura,
le percute sin lástima y le soba.
La familia, febril, atribulada,
del fallo del oráculo pendiente,
lo quiere devorar con la mirada.
¿Qué tal? – le dice trémulo un pariente,
y apenas dice el médico: – No es nada –
cuando estira las piernas el paciente.
Canción
Nos dice Domínguez: «Esta canción fue escrita, en París, espresamente para mi amigo, el distinguido pintor puertorriqueño, don Francisco Oller, quien la cantaba sobre un aire italiano, de dulce melancolía.»
Ya volaron las horas felices
en que Laura premiaba mi ardor,
cuando, al son de mi cítara[1] dulce,
le cantaba canciones de amor.
¡Quién creyera que tanta delicia
se trocara tan pronto en dolor!
¡Ay! que así como pasan las nubes,
así pasa también el amor.
Aun recuerdo la tarde de mayo,
cuando en ella mis sueños hallé:
tanto fuego sus ojos radiaban,
que, encendido, la frente humillé.
Todo, empero, se fue, como un sueño:
ya la tierra no goza tal bien.
¡Ay! que así como pasan las nubes,
así pasa la vida también.
¿Qué me importa ya a mí que en prado
nazcan flores de porte gentil?
¿Qué me importan las galas del mundo,
ni las chispas del cielo turquí?
Sin mi Laura, la vida me pesa:
sólo cifro en morir mi ambición
¡Ay! que así como pasan las nubes,
así pasa también la ilusión.
Laura, Laura, ojalá que la Parca
¡ay! abrevie mi vida infeliz,
para que, en el dintel de la tumba,
nuestras almas se vuelvan a unir.
Sólo abrigo esa dulce esperanza,
de las muchas que tuve otra vez.
¡Ay! que así como pasan las nubes,
la esperanza así pasa también.